1. Zona de habitabilidad
Es la región comprendida entre la distancias mínima y máxima al Sol que permiten que el agua se encuentre en estado líquido. Si utilizo un sencillo modelo de cuerpo negro llego rápidamente a la conclusión de que ese rango de distancias se localiza entre 0,6 UA (la UA es la unidad astronómica, distancia media entre la Tierra y el Sol) y 1, 2 UA. Esto comprende las órbitas de Venus (a una distancia del Sol de 0,7 UA) y la Tierra (Marte se encuentra a 1,5 UA del Sol).
Por supuesto, el modelo empleado no tiene en cuenta otros factores, como la composición de las atmósferas planetarias. Así, la temperatura es altísima en Venus debido al tremendo efecto invernadero provocado por su densa capa de nubes, mientras que en Marte es bajísima por culpa de lo tenue de su atmósfera incapaz de dotar a su superficie de la presión suficiente para mantener agua en estado líquido.
El agua líquida permite y facilita el transporte de átomos o moléculas suficientemente rápido para que se den las reacciones químicas, si el agua no estuviera en este estado sería difícil que se creasen complejas moléculas como el ADN.
2. Tamaño de la Luna
Las estaciones climatológicas en nuestro planeta no son debidas a la mayor o menor distancia entre la Tierra y el Sol, sino a que el eje de rotación terrestre no es perpendicular al plano de la órbita (eclíptica). El ángulo que forma nuestro eje con la perpendicular a dicho plano es de algo más de 23º (oblicuidad de la eclíptica) y varía ligeramente entre los 22,1º y los 24,5º, con una periodicidad de unos 41.000 años. En otro planeta del Sistema Solar, como Júpiter, el eje de rotación sí es perpendicular al plano de su órbita y, en consecuencia, no posee estaciones.
Sin la Luna, la inclinación del eje hubiese oscilado entre los 0º y los 85º dando lugar a unos cambios climáticos violentos. Se estima que por encima de los 54º los polos de la Tierra soportarían temperaturas superiores a las de las regiones ecuatoriales. Sin una estabilidad climática no habría tiempo para que se desarrollasen complejas moléculas esenciales para la vida.
3. Presencia de planetas grandes
Cuerpos del tamaño de Júpiter o similares parecen jugar un papel decisivo a la hora de expulsar o desviar asteroides o cometas potencialmente peligrosos para el desarrollo de la vida en la Tierra, evitando cataclismos globales. A veces, también pueden actuar simplemente como atractores, haciendo que los cuerpos que constituyen amenazas lleguen a impactar contra su superficie, como de hecho sucedió con el cometa Shoemaker-Levy 9 en el año 1994.
4. Forma de la órbita
Si se mira a la forma particular de las órbitas de los planetas del Sistema Solar, enseguida salta a la vista su forma casi circular, con elipses de pequeñas excentricidades. La importancia de este hecho es decisiva a la hora de evitar, de nuevo, colisiones con otros planetas.
5. Distancia al centro de la galaxia
Actualmente parece estar fuera de toda duda que el centro de la Vía Láctea alberga un gigantesco agujero negro. Nuestro Sistema Solar se encuentra a una distancia prudencial, ni demasiado cerca como para que el elevado nivel de radiación suponga un peligro inminente, pero tampoco excesivamente lejos como para padecer la escasez de elementos químicos pesados, imprescindibles para la aparición de la vida.
6. Tamaño del planeta
Un planeta demasiado pequeño no tendría la masa suficiente para retener una atmósfera y ésta acabaría escapando al espacio. En cambio, un tamaño demasiado grande, como el de planetas del tipo Júpiter o Saturno, podría retener elementos ligeros e incluso nocivos.
7. Tamaño de la estrella
Un planeta que no disponga del tiempo suficiente nunca logrará albergar vida compleja. Las estrellas grandes, muy masivas, consumen violentamente su combustible nuclear a un ritmo muchísimo más elevado que las estrellas menos masivas. Si una estrella tuviese una masa aproximada 10 veces mayor que la del Sol, únicamente viviría unas cuantas decenas de millones de años, lapso demasiado corto como para dar tiempo a la aparición de organismos más complejos que los unicelulares. En la Tierra fueron precisos más de 4.000 millones de años para dar lugar a seres como nosotros. Freeman Dyson señalaba en 1979 que harían falta un millón de años para que apareciera una especie nueva, 10 millones de años para un género, 100 millones una clase, 1.000 millones el filo y 10.000 millones de años para que se completase la evolución de babosa a Homo Sapiens.
Por otro lado, las estrellas pequeñas y con poca masa, tampoco resultan adecuadas. Los planetas que estuviesen en órbita alrededor de ellas deberían encontrarse demasiado próximos si quisiesen recibir la cantidad de calor necesaria. Como consecuencia, experimentarían enormes fuerzas de marea. Si la diferencia entre la atracción gravitatoria sobre el lado más cercano a la estrella y el más lejano es muy grande, el planeta puede incluso superar el denominado límite de Roche y fragmentarse, dando lugar a un anillo o un cinturón de asteroides. En cambio, si la aludida diferencia de atracciones gravitatorias no llega a tal extremo, aun así el efecto de frenado será suficiente para provocar que el planeta sincronice y ajuste sus períodos de rotación y traslación, ofreciendo siempre la misma cara a su estrella, de forma similar a lo que sucede con nuestra luna o planetas como Mercurio, haciendo que la cara iluminada soporte un calor abrasador y la oscura un frío insoportable.
8. Campo magnético
En las etapas primigenias de la formación de un planeta debe generarse una cantidad de calor suficiente como para llevar su núcleo hasta el punto de fusión. A este proceso pueden contribuir factores como la contracción gravitatoria a medida que se colapsa el protoplaneta, los impactos de meteoroides (muy abundantes en las primeras fases del Sistema Solar), el decaimiento radiactivo, etc. Una vez que el núcleo ha alcanzado la temperatura de fusión, la propia rotación planetaria genera corrientes eléctricas que dan lugar a un campo magnético mediante lo que se denomina efecto dinamo. Este campo magnético actúa de escudo protector frente a las partículas cargadas eléctricamente procedentes del espacio exterior o de la misma estrella madre.
Y hasta aquí lo que se conoce como visión pesimista de la vida en otros planetas, ya que evidentemente, a la vista de todo lo anterior, parecen requerirse demasiadas coincidencias para que aparezcan seres vivos suficientemente complejos. Y en este punto, se hace imprescindible recordar que actualmente se conocen multitud de organismos terrestres que son capaces de subsistir en ambientes y condiciones extremas, casi inconcebibles. Entre algunos de estos organismos, conocidos como extremófilos, se pueden contar criaturas que sobreviven a niveles elevados de radiación, o a temperaturas (superiores a los 350 ºC) y presiones extremas (cientos de atmósferas), como en las proximidades de las fumarolas oceánicas.
Después de todo, quizá sólo se necesiten unas cuantas condiciones no demasiado restrictivas para la aparición de la vida en un planeta, puede que nada más que unas pocas moléculas orgánicas complejas, agua y energía. Aún nos queda mucho por comprender, indagar y descubrir sobre este asombroso fenómeno que conocemos como vida.
Visto en Amazings.
Aquí puedes ver que condiciones necesitaríamos las personas para vivir en otro planeta.
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