En los barcos antiguos de madera (galeones, carabelas…) esas aberturas al exterior eran cuadradas o rectangulares y en los barcos modernos metálicos son redondas básicamente, aunque también las hay rectangulares con las esquinas muy redondeadas.
La madera es un material fibroso y bastante flexible. Un casco de madera se revela muy resistente al los embates del mar por esa flexibilidad. La madera cruje y cruje frente al embate de las olas, pero la estructura se mantiene. Así, pues no importa la forma de una abertura puesto que no ha de soportar una presión especial.
La cosa cambia cuando, desde finales del siglo XIX, los cascos se construyen de acero. La rigidez de la estructura tiene sus puntos débiles en esas aberturas. Los ingenieros navales pronto descubrieron que un agujero rectangular en la cubierta, la bodega o el caso, era una fuente de la fatiga metálica (tipo de fractura que conduce a la rotura catastrófica cuando se aplican cargas fluctuantes en el tiempo) que empezaba por las esquinas.
El casco o la cubierta podía literalmente partirse debido a las flexiones y contracciones causadas por la fuerza de las olas, porque cuando se aplica una fuerza sobre una superficie rectangular ésta se concentra en los ángulos o esquinas, aumentando la fatiga y facilitando la fractura.
Si se eliminan las esquinas redondeándolas o, mejor aún, se consigue una superficie circular, la fuerza se distribuye uniformemente y se minimiza la fatiga.
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